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El barrio de los damnificados por las lluvias está en Petrillo
54 familias afectadas por el invierno de 2008 habitan en esta zona.
Redacción Guayaquil
Desde la planta alta de su casa, Mariana Quijije mantiene la mirada fija en el horizonte. No se inmuta por el bullicio de los niños que juegan en la calle ni por el ruido de la maquinaria que se usa en la construcción de casas, a pocos metros de donde está ella.
Reconoce que en su mente, los recuerdos de su anterior barrio están presentes. La cooperativa 25 de Julio, en el cerro San Eduardo, noroeste de Guayaquil, era su hogar, al igual que el de otras 24 familias. Su vivienda y las de sus vecinos quedaron afectadas por el invierno de 2008. Todos los vecinos fueron evacuados.
Las inversiones
Las viviendas tienen un área construida de 36m². Cuentan con dos cuartos, sala-comedor, baño, cocina. Poseen agua potable, luz y alcantarillado.
El Miduvi invirtió en esta primera fase unos USD 396 000. Cada casa, incluido el terreno, cuesta USD 8 800. Se financió con los bonos de emergencia de vivienda.
Los moradores piden la construcción de un mercado para allí poner sus propios negocios. La única tienda del pueblo está en la carretera principal.El sitio escogido por el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi), para la reubicación definitiva, fue la urbanización Primavera, en Petrillo (cantón Nobol), a 32 km al norte de Guayaquil. Antes estuvieron en varios albergues. A ellas se sumaron 20 familias de Flor de Bastión, siete de la 27 y la M, y dos de la Isla Trinitaria. Hoy, todos son vecinos.
En total son 54 familias con historias distintas, pero con una experiencia similar: abandonar en contra de su voluntad el sitio en donde vivían. La villa de doña Mariana es la 35, de la manzana 11, de lo que hoy es llamado El barrio de los damnificados.
Ella cuenta que una madrugada de marzo de 2008, una roca destruyó su vivienda. “Allí viví 28 años. Llegué con mi esposo, Pedro Pizarro, y mis seis hijos, cuando eso era pura montaña”.
En la puerta de su actual vivienda está un letrero que dice: ‘La bendición de Dios’. Es la forma de agradecer por recibir gratuitamente su nuevo inmueble. Sus hijas Jenny, Flor y Gloria Altamirano eran sus vecinas en San Eduardo, ahora lo son en Petrillo.
Su nieta, Gloria Reyes, cuenta que varios reos de la Penitenciaría del Litoral construyeron las viviendas. “Vine algunas veces y vi que el maestro les explicaba a los presos cómo hacer, mientras varios policías los vigilaban”.
Esto es parte de un programa de rehabilitación en el centro carcelario. Además, en esa cárcel hay presos que elaboran las columnas para las casas prefabricadas, con el apoyo de una empresa contratada por el Gobierno. Esta entidad donó, el viernes, madera para que los reclusos fabriquen puertas para los planes de viviendas.
Narcisa Velasco es otra de las beneficiarias. Vivió por 17 años en el cerro contiguo al estadio del Barcelona. Pese a que se siente contenta con su nueva casa, extraña vivir en Guayaquil.
“Aquí siento que todo está lejos. No hay un mercado ni un centro de salud. Tampoco un parque ni canchas para los chicos”, dice mientras, con un trapo, oculta su rostro por la conjuntivitis.
Esta infección a los ojos afecta a niños y adultos. La tierra y el polvo de ladrillo de las calles, que se levantan con el viento, ayudan a propagar esta enfermedad.
Galo Molina es el presidente del Comité Barrial de La Primavera. El 20 de febrero de 2008, su casa fue una de las 20 que cedieron en el bloque 6, en Flor de Bastión. Por dos meses vivió en una escuela. Después pidió posada a un vecino, hasta que llegó el ofrecimiento de dar sus escrituras viejas a cambio de una casa nueva.
“No lo dudé y me vine con mi esposa y mis dos hijos y no me arrepiento”. Él tiene su negocio de venta de agua de coco en la calle Portete, en el sur de Guayaquil.
La movilización hacia sus trabajos es uno de los problemas que afrontan. Gloria Reyes, por ejemplo, gasta USD 2 diarios para ir al barrio del Centenario, al sur.
“Antes gastaba un dólar. Lo que pedimos es que la línea 120-B avance unos 5 km más hasta acá y no se quede en Puente Lucía”.
Los últimos damnificados que llegaron, el 31 de marzo, fueron los miembros de nueve familias de la 27 y la M y de la Isla Trinitaria. La casa de Elizabeth Altamirano, donde vivió 15 años, cayó al estero Salado.
Ella dice que no se enseña. “No hay alumbrado público, pero sí mosquitos, culebras y alacranes. Queremos que fumiguen”. Doña Mariana espera que haya más servicios, para mejorar su bienestar. 102 familias se trasladarán a esta ciudadela
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