En el período de entreguerras, un arquitecto alemán llamado
Herman Sorgel estaba convencido de haber encontrado la
solución a la situación crisis en que se encontraba inmersa la vieja Europa:
rebajar el nivel del mediterráneo hasta 200 metros mediante la construcción de una
inmensa presa en el Estrecho de Gibraltar. Electricidad ilimitada y nuevas tierras ganadas al mar serían, sólo, algunos de los beneficios de su plan.
Sorgel comenzó a trabajar en su ambicioso proyecto en 1927. Su intención era crear un nuevo continente, “
Panropa”, que luego pasaría a ser llamado “
Atlantropa”. El nuevo continente sería el resultado de la unión de Europa y África. Para ello se tendría que ejecutar un titánico programa de obras de ingeniería. La más importante de las cuales era un gigantesco dique de
35 kilómetros de longitud unos 300 metros de altura y 500 de ancho cerca de Gibraltar, pero no el estrecho precisamente. Sorgel pretendía con el dique
interrumpir el flujo de agua del Atlántico hacia el Mediterráneo.
En aquella época se suponía que era de unos 7.350 hectómetros cúbicos diarios (un
estudio del año pasado, 2009, de David García de la Universidad de Alicante lo rebaja a unos 4.750). En cualquier caso, se trataba, y se trata, de una aportación vital para supervivencia del Mediterráneo. Sin ella, el aporte de agua que de los ríos y las lluvias resultaría insuficiente para compensar el
agua perdida por la evaporación. Consciente de ello, Sorgel esperaba que si se interrumpía el flujo de agua del Atlántico, el nivel de Mediterráneo bajara a un ritmo de metro y medio al año (cálculos más modernos afirman que lo habría hecho a un ritmo de sólo medio metro por año).
En 60 años, se recuperarían al mar unos
600.000 kilómetros cuadrados de tierra, que podrían ser aprovechadas para la agricultura y ser capaces de mantener a unos
150 millones de personas. Italia podría cultivar el Adriático. Cerdeña y Córcega quedarían unidas por tierra, así como las islas del Egeo.
La presa, que aprovecharía este flujo natural de agua, produciría unos
50.000 megavatios de electricidad barata para la industria europea y su construcción crearía más de
un millón de puestos de trabajo, solucionando el problema del desempleo. En el plano político, la obra también resultaría beneficiosa. Una obra así, por fuerza, tendría que unir a las diferentes naciones europeas al verse obligadas a colaborar en su construcción y, una vez construida, se convertiría en el mejor antídoto para evitar la
tentación de otra guerra –otra de las preocupaciones de Sorgel, pacifista confeso–. En una Europa interdependiente energéticamente, no sería buena idea atacar al vecino.
Sorgel era un defensor de la teoría que la cuenca mediterránea no estaba originalmente cubierta por agua y, por eso, decía conscientemente “
recuperar” y no “
ganar” tierra al mar. De esta manera, Atlantropa no pretendía alterar la naturaleza, sino devolverla, aunque sólo fuera en parte, a su estado original. En realidad, Atlantropa no fue el primer proyecto que intentó de cambiar y dominar la geografía gracias a la tecnología. Antes que Sorgel, del 1923 al 1932, los ingenieros holandeses habían conseguido ganar miles de hectáreas al mar con la construcción del
dique del Mar del Norte. Fue una obra magnífica que fascinó a los europeos de la época y que, al parecer, sirvió de fuente de inspiración para Sorgel.
Sorgel estaba convencido de que el proyecto no sólo no sería perjudicial para el clima, sino que sería beneficioso. Sin embargo, es más que probable que hubiera modificado
el clima y el régimen de lluvias de la región. A menos lluvia, el caudal de los ríos se reduciría y la salinidad de lo que quedaba del Mediterráneo se incrementaría, haciendo
desaparecer parte de su flora y fauna.
Para evitar que el nivel de Mediterráneo bajara demasiado y se destruyeran las vías de navegación. Sorgel pretendía construir otro gran dique entre Túnez y Sicilia que
dividiría el Mediterráneo en dos partes. En la más occidental, se dejaría
bajar el nivel del mar hasta los
100 metros, mientras que en la otra se rebajaría aún más, hasta los
200.
No sería buena idea construir ningún dique en el
Estrecho de Dardanelos que bloqueara el Mar Negro, porque inundaría zonas habitadas, pero sí un embalse con otra central hidroeléctrica. También sería necesario construir otros diques más pequeños y esclusas en otras vías de aporte de agua al Mediterráneo. Igualmente, se tendría que construir esclusas en todos los diques del proyecto para permitir el paso de los barcos así como en la entrada del Canal de Suez. Un
túnel en el Estrecho de Gibraltar y una
autopista sobre el dique de Sicilia harían posible la
circulación directa de trenes y coches entre África y Europa. Podría existir un tren directo de Berlín a Ciudad del Cabo.
Sorgel no tenía duda de que Europa tenía que ser auto-suficiente si pretendía seguir siendo competitiva frente a América y Asia, y para ello, según su visión, tenía que poseer
territorios en todas las zonas climáticas del planeta, como era el caso de América. Además, creía que una de las causas de la conflictividad social y política europeas era la
sobrepoblación. De ahí, la necesidad de
colonizar África.
La preocupación por Europa y los europeos contrastaba con el
escaso interés por África y los africanos. Es por ello que algunos acusan a Sorgel de despreciar a ese continente y considerarlo meramente como un territorio carente de cultura e historia. Otros, sin embargo, prefieren excusar esa visión al considerar que Sorgel era sólo un hijo de su tiempo y compartía la mentalidad de esa época, que fue la que propició el colonialismo.
Precisamente, los planes de Sorgel para África pasaban por su colonización, aunque antes había que “
mejorarla”. Para ello –no podía ser de otra manera–, proponía construir otra presa para aprovechar las crecidas del río Congo que inundaría los “
improductivos” bosques que ocupaban la mayor parte de ese país, borrando del mapa un número incontable de pueblos y especies. De esta manera, se crearía un
inmenso lago artificial que estaría conectado con el menguante lago Chad, más al norte, que pasaría a convertirse en un “
mar” interior, y desde el que nacería
un “segundo” Nilo, que al igual que el “
primero” irrigaría el desierto y acabaría desembocando en el Mediterráneo.
El nuevo continente necesitaría una
nueva capital. Algunos querían que fuera Basilea, por la tradicional neutralidad suiza; otros, una ciudad totalmente nueva en los terrenos ganados delante de Marsella, que se llamaría Port du Rhone, y había los que proponían situarla en el emplazamiento de la antigua Cartago.
De construirse, Port du Rhone no sería la única ciudad nueva. Con el retroceso del Mediterráneo todos los puertos quedarían inutilizados y habría que construir nuevos. Sorgel y sus seguidores habían planificado y diseñado una
Nueva Génova, un
Nuevo Nápoles, un
Nuevo Tánger. Todos ellos situados delante de la antigua ciudad, en los terrenos “
recuperados” al Mediterráneo. Pero había mucho más que diseñar: centrales eléctricas, líneas de alta tensión,… Sorgel y sus seguidores trabajaban de manera incansable y produjeron una gran cantidad de material, planos, mapas y varios modelos a escala de varias presas. Incluso, calcularon proyecciones del crecimiento de la producción agrícola.
Pero pese a todo este trabajo, el proyecto
nunca consiguió los apoyos suficientes. En
Alemania, fue durante la República Weimar que despertó algo de interés real. En
Italia, sin embargo, nunca agradó la idea por lo dependientes que son sus ciudades de la costa. Los proyectos para una Nueva Génova o un Nápoles no consiguieron salvar esas reticencias. Como tampoco lo hizo imaginativa solución propuesta para
Venecia: construir un dique –otro más– para evitar que su laguna se secara. Con todo, la vieja Venecia habría quedado
a más de 500km del “nuevo” Adriático, al que seguiría conectada, eso sí, por un kilométrico canal.
Atlantropa, sí que consiguió, en cambio, el apoyo de numerosos
intelectuales,
arquitectos y
escritores. Algunos de los cuales colaboraron con el proyecto.
Peter Behrens, diseñó una
torre de 400 metros que coronaría la gran presa de Gibraltar. También ofreció sus servicios
Erich Mendelsohn, un arquitecto alemán de familia judía que estaba especialmente interesado en el diseño de la nueva costa de Palestina y las posibilidades que ofrecía para la fundación de un nuevo
estado judío.
Después del ascenso de
Hitler al poder, Sorgel buscó su apoyo para el proyecto. Fue en vano, el plan no encajaba con los planes del Imperio Alemán Euroasiático y los nazis prefirieron ridiculizarlo. Durante la guerra, Atlantropa prácticamente cayó en el olvido, aunque después de ella la idea volvió a resurgir aprovechando el interés de los Aliados por crear lazos más estrechos con África para
combatir el comunismo.
Finalmente, el golpe definitivo para el sueño –o pesadilla– de Sorgel llegó con la aparición de la
energía nuclear y el
final del colonialismo. La primera convertía el proyecto el tecnológicamente innecesario, y lo segundo lo hacía políticamente inviable. A pesar de ello, el Instituto Atlantropa siguió existiendo hasta el 1960. Había sobrevivido en ocho años a su creador que murió el día de Navidad de 1952, atropellado mientras iba en bicicleta. El accidente sucedió en una carretera recta, jamás se encontró al conductor del coche.
Excelente articulo de una historia tan desconocida como fascinante.
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